La música, en el pasar de los años, ha sido un medio muy concurrido para expresar los sentimientos, lo que hay en el corazón; y es que las palabras no alcanzan a describir los impulsos del alma, por eso en ese punto, hasta donde llegan las palabras, comienza la música a ejercer su trabajo.
Esta, desde sus principios, ha estado al servicio de Dios. El hombre se ha valido de ella para alabar su nombre; para bendecirlo y exaltar su creación. Por eso debe ser interpretada de la mejor manera. La música dirigida a Dios debe estar muy bien preparada; y esto lo podemos notar escuchando las grandes obras de los magnos compositores de la historia citando por ejemplo a Lorenzo Perossi y su misa pontifical, o a Mozart y la Misa de Coronación y su inconmensurable y famoso Requiem en Re Menor. Vemos de sobremanera en estas obras el gran esfuerzo de sus autores para dar gloria a Dios y exaltar su nombre.
La buena música en la liturgia inspira un aire de piedad y gloria, inspira un aire de Dios, nos trae por un instante el cielo a la tierra.
Kevin Camilo Arboleda Oquendo, estudiante del Conservatorio de la Universidad de Antioquia.