Oración a María para cuando se cuele la tristeza: «Que pongas música a mis letras sin vida y devuelvas alegría a mis canciones de dolor»
Me gustan las personas alegres, las de risa y carcajada fácil, las que ríen nuestras gracias, las que se toman con humor la vida. Las que sonríen al saludarte. Y no te miran con gesto adusto. Las que no desfallecen cuando algo no les sale bien y son capaces de reírse de sus torpezas y tropiezos.
Me gustan las personas alegres, que van por la vida sembrando luz, con inocencia, sin darse importancia. Son aquellos que se ríen de la vida tal y como es, no se toman demasiado en serio y saben aceptar las críticas y las bromas con humor, sin rebelarse, sin saltar a la defensiva ante el más mínimo consejo que les damos.
Decía el Padre José Kentenich: “El hijo ‘menor de edad’ e inmaduro se pregunta dónde será más feliz, dónde estará más cobijado, mientras que el hijo purificado se pregunta qué es lo que le causa más alegría al Padre. Naturalmente, a esa mayor alegría estará unido el mayor cobijamiento, que en este caso será una consecuencia y no una finalidad. En efecto, el cobijamiento es consecuencia de la entrega total”[1].
Es interesante. ¡Cuántas personas van por la vida buscando el camino de su autorrealización, la forma de ser más felices! Buscan como finalidad de sus vidas un lugar, un espacio, una realización de sus potencialidades.
No les importa dejar heridos a su paso. A veces sus decisiones hieren, rompen, acaban con otras ilusiones. Y todo para ser más felices, para encontrar su lugar mejor.
No se preguntan tanto dónde Dios los quiere. No buscan dónde pueden ser más fecundos para otros.
Viven como los niños pequeños, centrados en su deseo, en su bienestar, en responder a sus pasiones. Mirándose el ombligo en lugar de mirar a Dios. Viven centrados, nunca descentrados.
Hace un tiempo una persona me decía: “Yo tengo muchas capacidades, siento que no me valoran y no utilizan todo mi potencial”. La verdad es que me sorprendió su afirmación. Detrás había una queja honda. No se sentía valorado, explotado en todo lo que podía dar.
Me dio pena. Yo creo que uno tiene que aprender a florecer en el trozo de tierra donde le pone Dios. A veces no podremos explotar todo nuestro potencial. Pero no importa, es de Dios. Él sabrá.
Si siempre vivimos pensando que no nos valoran lo suficiente, que no nos reconocen bastante, nunca vamos a ser felices.
Seremos lo contrario, un poco cenicientos. Iremos sembrando amargura, y lo sabemos, la amargura es esa semilla pequeña que da un árbol inmenso, el árbol de la tristeza, de la crítica, de la envidia, del juicio.
Cuando mi objetivo en la vida es alegrar a Dios y alegrar a los hombres, todo cambia. ¿A quién puedo alegrar hoy? ¿A quién he alegrado hoy con mi vida, con mis palabras y gestos?
Es cierto que muchos días no es sencillo. Pero es bueno que nos lo recuerden. Siempre hay razones para sonreír, para agradecer, para mirar el futuro con esperanza. En medio de las crisis, en medio de la cruz.
Es el momento para levantar la mirada a María y decirle: “Que mi vida entera sea una canción de amor para ti. Que mi vida entera cante para ti. Que pongas música a mis letras sin vida y devuelvas alegría a mis canciones de dolor. Que escribas en mi página en blanco el camino que me lleve al verdadero amor. Que mi vida entera sea tuya, cante, ría, sufra y ame para ti”.
Me gustaría rezar esta oración todos los días. Para no olvidarme. Hoy también puedo sonreír. Hoy también puedo hacer sonreír a otros.
Source: aleteia.org / Padre Carlos Padilla