Anawin en lengua aramea significa: «Hombre pobre, cuya única riqueza es tener a Dios, cree radicalmente en Él y teniéndolo en su ser, le basta para sobrevivir». En un principio se llamó así a los económicamente pobres, pero después también pasaron a formar parte de este grupo aquellos hombres que no confiaban en sus propias fuerzas y proclamaban a Dios como su única fuente de seguridad y riqueza.
«Los Anawines son quienes han acogido en su vida el mensaje del Reino».
«Anawin» en la Biblia eran los «Pobres de Yahveh», «pobres, humildes, que se confiaban enteramente en Dios»… JESÚS el «ANAWIN» por excelencia, porque toda su vida fue hacer, no su voluntad, sino «la Voluntad del Padre.
Un Anawin se «abandona» en Dios, lo cual es no sólo un sinónimo de los pobres que nada tienen, sino a Dios, sino también de hombres y mujeres justos, en el sentido que en la Biblia el hombre o la mujer justos son aquellos que están con Dios. Podemos ver que la espiritualidad cristiana nos invita constantemente a ser aquellos Anawines; desde Jesús con su discurso fundante de esta actitud en el Sermón de las Bienaventuranzas, de hecho los doctores y doctoras, padres y madres de la Iglesia como Teresa de Jesús que nos invita a dejarlo todo en Dios con este bellísimo poema: » Nada te turbe, Nada te espante, Todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia Todo lo alcanza; Quien a Dios tiene Nada le falta: Sólo Dios basta». Así mismo, la espiritualidad franciscana nos invita a esa pobreza, o abandono en las manos de Dios, para poder estar con Dios y encontrarlo en todo, como también lo hace la espiritualidad ignaciana (de Ignacio de Loyola), que nos invita a en todo encontrar a Dios o ser contemplativos en la acción, una vez hallamos llegado a la «indiferencia» ante las cosas del mundo, es decir llegar a la pobreza del Anawin, cuya única riqueza es Dios mismo.